Revolución Francesa
De que trató la Revolución francesa
La revolución francesa se presentó en el año 1789, esta represento el fin de un mundo, lo que posteriormente se denominaría antiguo régimen, y el comienzo de otro, una época moderna que en realidad sigue predominando.
El rey Luis XVI simbolizó en su tragedia personal la contradicción problemática entre las dos épocas. Totalmente convencido de que reinaba sobre los franceses en virtud del derecho divino que poseía, y por consiguiente no tendría la responsabilidad de rendir cuentas de sus actos ante nadie, enfrento una situación relativamente nueva que no logro comprender, debatiéndose entre su personalidad sociable y simpática y el parecer de sus mentores más autoritarios, entre los cuales estaba su esposa María Antonieta.
Accedió de mala manera la convocatoria en 1788 organizada por una asamblea estamental para discutir la crisis financiera por la que atravesaba la monarquía, pero no creyó que la iniciativa trajera consigo fuertes consecuencias.
El asalto popular contra la bastillas fue uno de los primeros alzamientos ocurridos en esa época y considerado como verdadero detonante de la revolución, aunque el rey no lo considero como un acto de gran importancia para anotarlo en su diario personal. Hechos consiguientes inmediatamente le hicieron ver su error.
El asalto de Versalles
Una semana más tarde el palacio de Versalles fue invadido por la masa revolucionaria, y Luis y María Antonieta eran trasladados a París, donde se vieron en la obligación de actuar como reyes constitucionales.
Luego del fracaso por su intento de huida en 1791, la oposición contra la monarquía se enfatizó, hasta la insurrección de 1792 y la puesta en marcha del terror revolucionario, en la cual una de las primeras víctimas fue el mismo Luis XVI, guillotinado en 1793. Esta ejecución junto con la proclamación de la república, los revolucionarios creyeron haber puesto fin a lo que consideraban una larga época de opresión del pueblo dirigido por los reyes y aristócratas.
De esta forma se inauguró la era de la libertad, la fraternidad e igualdad, tal y como rezaba la principal inspiradora de la revolución.
Francia pasó de ser una monarquía absolutista a una República. Ya no existían súbditos, sino ciudadanos. La sociedad, anteriormente liderada por aristócratas y clero, tenía ahora en la burguesía su principal motor.
Tan cambiada estaba la nación y tan particular era el modo en el que se había organizado que fue necesario remontarse a la roma clásica para otorgar nombre a sus nuevas constituciones: senado, tribunado, consulado, prefectura.
Elementos principales
La economía y las leyes, la ciencia, el arte, la educación, la administración territorial, el papel de la iglesia… todos los aspectos del estado se habían renovado respecto al antiguo régimen. De manera inevitable el modelo de este cambio integral fue tomado como ejemplo en otras regiones en las cuales también consideraban el mismo idealismo, la igualdad ante la ley y la igualdad política.
La nación francesa era una novedad tras el vendaval revolucionario y el mundo la contemplaba con gran admiración. Con la caída de la cabeza principal de esta estructura feudal, el rey, se desvanecieron los derechos arbitrarios, tal como el contundente peso político de los nobles sobre la población. De igual forma se liquidaron los diezmos, esa parte de la cosecha que era destinada como tributo a la corona o a la iglesia, y fue suprimida la primacía de los hijos mayores en la herencia de las propiedades.
Los mayores beneficiarios de estos cambios fueron aquellos quienes los habían incitado, los burgueses. En la práctica, el florecimiento de su situación se exhibió en la redistribución próspera a su clase, de la propiedad privada y el poder político.
La tenencia de bienes, libres de condicionamientos señoriales, hizo que cualquier francés que fuese económicamente independiente tuviese la capacidad de ser un lector y un posible miembro del gobierno del estado: un ciudadano.