Prosa poética

Se trata de un tipo de obra lírica existente en la literatura. En este tipo de escritura podemos encontrar elementos muy similares a los del poema tales como:

  • Hablante lírico
  • Actitud lírica
  • Objeto
  • Tema

Características de la prosa poética

  • Es importante señalar que este tipo de prosa no cuenta con elementos tales como la métrica y la rima que son característicos del verso.
  • De igual forma debemos señalar que se diferencia del poema ya que este se encuentra escrito en prosa.
  • se diferencia del cuento o relato debido a que su finalidad no se basa en la narrativa de los hechos sino más bien en la transmisión de las emociones, sentimientos, impresiones y sensaciones.

Ejemplos de prosa poética

  1. El extranjero (Charles Baudelaire )

-¿A quién quieres más, hombre enigmático, dime, a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano?

-Ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano tengo.

-¿A tus amigos?

-Empleáis una palabra cuyo sentido, hasta hoy, no he llegado a conocer.

-¿A tu patria?

-Ignoro en qué latitud está situada.

-¿A la belleza?

-Bien la querría, ya que es diosa e inmortal.

-¿Al oro?

-Lo aborrezco lo mismo que aborrecéis vosotros a Dios.

-Pues ¿a quién quieres, extraordinario extranjero?

-Quiero a las nubes…, a las nubes que pasan… por allá…. ¡a las nubes maravillosas!

  1. Platero y yo (1914,1917)

De Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

“Tú, Platero, estás solamente en el pasado. Pero, ¿qué más te da el pasado a ti que vives en lo eterno, que, como yo aquí, tienes en tu mano, grana como el corazón de Dios perenne, el sol de cada aurora”.

  1. Cada cual, con su quimera (Charles Baudelaire )

Bajo un amplio cielo gris, en una vasta llanura polvorienta, sin sendas, ni césped, sin un cardo, sin una ortiga, tropecé con muchos hombres que caminaban encorvados.

Llevaba cada cual, a cuestas, una quimera enorme, tan pesada como un saco de harina o de carbón, o la mochila de un soldado de infantería romana.

Pero el monstruoso animal no era un peso inerte; envolvía y oprimía, por el contrario, al hombre, con sus músculos elásticos y poderosos; prendíase con sus dos vastas garras al pecho de su montura, y su cabeza fabulosa dominaba la frente del hombre, como uno de aquellos cascos horribles con que los guerreros antiguos pretendían aumentar el terror de sus enemigos.

Interrogué a uno de aquellos hombres preguntándole a dónde iban de aquel modo. Me contestó que ni él ni los demás lo sabían; pero que, sin duda, iban a alguna parte, ya que les impulsaba una necesidad invencible de andar.

Observación curiosa: ninguno de aquellos viajeros parecía irritado contra el furioso animal, colgado de su cuello y pegado a su espalda; hubiérase dicho que lo consideraban como parte de sí mismos. Tantos rostros fatigados y serios, ninguna desesperación mostraban; bajo la capa esplenética del cielo, hundidos los pies en el polvo de un suelo tan desolado como el cielo mismo, caminaban con la faz resignada de los condenados a esperar siempre.

Y el cortejo pasó junto a mí, y se hundió en la atmósfera del horizonte, por el lugar donde la superficie redondeada del planeta se esquiva a la curiosidad del mirar humano.

Me obstiné unos instantes en querer penetrar el misterio; más pronto la irresistible indiferencia se dejó caer sobre mí, y me quedó más profundamente agobiado que los otros con sus abrumadoras quimeras.

  1. Las muchedumbres (Charles Baudelaire)

No a todos les es dado tomar un baño de multitud; gozar de la muchedumbre es un arte; y sólo puede darse a expensas del género humano un atracón de vitalidad aquel a quien un hada insufló en la cuna el gusto del disfraz y la careta, el odio del domicilio y la pasión del viaje.

Multitud, soledad: términos iguales y convertibles para el poeta activo y fecundo. El que no sabe poblar su soledad, tampoco sabe estar solo en una muchedumbre atareada.

Goza el poeta del incomparable privilegio de poder a su guisa ser él y ser otros. Como las almas errantes en busca de cuerpo, entra cuando quiere en la persona de cada cual. Sólo para él está todo vacante; y si ciertos lugares parecen cerrársele, será que a sus ojos no valen la pena de una visita.

El paseante solitario y pensativo saca una embriaguez singular de esta universal comunión. El que fácilmente se desposa con la muchedumbre, conoce placeres febriles, de que estarán eternamente privados el egoísta, cerrado como un cofre, y el perezoso, interno como un molusco. Adopta por suyas todas las profesiones, todas las alegrías y todas las miserias que las circunstancias le ofrecen.

Lo que llaman amor los hombres es sobrado pequeño, sobrado restringido y débil, comparado con esta inefable orgía, con esta santa prostitución del alma, que se da toda ella, poesía y caridad, a lo imprevisto que se revela, a lo desconocido que pasa.

Bueno es decir alguna vez a los venturosos de este mundo, aunque sólo sea para humillar un instante su orgullo necio, que hay venturas superiores a la suya, más vastas y más refinadas. Los fundadores de colonias, los pastores de pueblos, los sacerdotes misioneros, desterrados en la externidad del mundo, conocen, sin duda, algo de estas misteriosas embriagueces; y en el seno de la vasta familia que su genio se formó, alguna vez han de reírse de los que les compadecen por su fortuna, tan agitada, y por su vida, tan casta.

  1. El reloj (Charles Baudelaire)

Los chinos ven la hora en los ojos de los gatos. Cierto día, un misionero que se paseaba por un arrabal de Nankin advirtió que se le había olvidado el reloj, y le preguntó a un chiquillo qué hora era.

El chicuelo del Celeste Imperio vaciló al pronto; luego, volviendo sobre sí, contestó: «Voy a decírselo.» Pocos instantes después presentose de nuevo, trayendo un gatazo, y mirándole, como suele decirse, a lo blanco de los ojos, afirmó, sin titubear: «Todavía no son las doce en punto.» Y así era en verdad.

Yo, si me inclino hacia la hermosa felina, la bien nombrada, que es a un tiempo mismo honor de su sexo, orgullo de mi corazón y perfume de mi espíritu, ya sea de noche, ya de día, en luz o en sombra opaca, en el fondo de sus ojos adorables veo siempre con claridad la hora, siempre la misma, una hora vasta, solemne, grande como el espacio, sin división de minutos ni segundos, una hora inmóvil que no está marcada en los relojes, y es, sin embargo, leve como un suspiro, rápida como una ojeada.

Si algún importuno viniera a molestarme mientras la mirada mía reposa en tan deliciosa esfera; si algún genio malo e intolerante, si algún Demonio del contratiempo viniese a decirme: «¿Qué miras con tal cuidado? ¿Qué buscas en los ojos de esa criatura? ¿Ves en ellos la hora, mortal pródigo y holgazán?» Yo, sin vacilar, contestaría: «Sí; veo en ellos la hora. ¡Es la Eternidad!»

¿Verdad, señora, que éste es un madrigal ciertamente meritorio y tan enfático como vos misma? Por de contado, tanto placer tuve en bordar esta galantería presuntuosa, que nada, en cambio, he de pediros.

  1. “XXXI. Venus”

En Diario de un poeta recién casado (1916)

De Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

El amor en el mar

¡Va a nacer también aquí y ahora! Vedlo. Nácares líquidos. Las sedas, las caricias, las gracias todas, hechas olas de espuma. ¡Ya!… ¡Allí!… ¿No?… ¿Será culpa del fraile?

¡Da ganas de llorar que el barco, ¡el oso este!, pese así, negro y sucio, sobre el agua, esa espalda de ternura! ¡A ver! ¡Que quiten de aquí el barco, que va a nacer Venus! -¿Y dónde lo ponemos? ¿Y dónde lo ponemos?-

¡Apolo, amigo solamente de la diosa, que vas mientras tocan aquí el rosario, con tu ramo grana –blanco en la aurora, de oro al mediodía-, a tu casa del poniente! ¡Apolo, amigo solamente mío; Venus murió sin nacer, por culpa de la Trasatlántica!

  1. “Espacio”

De Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

En Animal de fondo (1949)

“Conciencia…Conciencia, yo, el tercero, el caído, te digo a ti (¿me oyes, conciencia?). Cuando tú quedes libre de este cuerpo, cuando te esparzas en lo otro (¿qué es lo otro?), ¿te acordarás de mí con amor hondo; ese amor hondo que yo creo que tú, mi tú y mi cuerpo se han tenido… Dime tú todavía: ¿No te apena dejarme? ¿Y por qué te has de ir de mí, conciencia? ¿No te gustó mi vida?… ¿Y te has de ir de mí tú, tú a integrarte en un dios, en otro dios que este que somos mientras tú estás en mí, como de Dios?”

  1. “Saludo del alba”

Prólogo de Diario de un poeta recién casado (1916)

De Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

¡Cuida bien de este día! Este día es la vida, la esencia misma de la vida. En su leve transcurso se encierran todas las realidades y todas las variedades de tu existencia: el goce de crecer, la gloria de la acción y el esplendor de la hermosura.

El día de ayer no es sino un sueño y el de mañana es solamente una visión. Pero un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. ¡Cuida bien, pues, de este día!

  1. “XVII”

En Elegías puras (1908-1910)

De Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

Dejadme en el jardín fragante, porque quiero

ver el sol en el agua blanca de mariposas;

pues si esta tarde de oro pasa el frío y me muero,

me llevaré mi alma toda llena de rosas…

Ahora que están mis ojos llenos de luz florida,

por Dios, dejadme solo ; mi carne es poco fuerte ;

quiero oir lo que dice la brisa de la vida

y tan poco jardín de la vida a la muerte …

  1. Caricias nocturnas

Soy los riscos que tocan el cielo, enclavados en el mundo que habito, detrás del ave libre, mientras mi afán de ser se esfuma como una palabra en el mar de los sentidos.

Inmerso he inagotable, los deseos se hacen fértiles en la mirada, en una distancia fuera del tiempo, un espacio sin límites y sin edad.

Todos los silencios que amo existen en una calma inmutable que viene desde lejos, a las puertas serenas de un contemplativo he inédito paraíso de ensueños abiertos.

Me desvanezco en el más mínimo contacto con el crepúsculo, mientras los días y las noches se llenan de brumas misteriosas que se disipan entre una sonrisa furtiva, y el susurro de tus caricias nocturnas.