Género lírico

El género lírico es un género literario mediante el cual el autor busca transmitir sentimientos, emociones e ideas muy propias y subjetivas inspirado en personas, situaciones y cualquier otra cosa que le cause dicho estado emocional. En este caso, el autor pasa a ser un poeta, puesto que las obras escritas dentro de este género están realizadas en verso y pueden serlo también en prosa.

El género lírico comprende toda obra escrita en verso y prosa y en las cuales se expresan sentimientos muy íntimos y personales, las obras que tienen estas características se denominan poesías y tienen además otras características que son la sonoridad y ritmo.

Este género se compone por los siguientes elementos: Objeto lírico, temple de ánimo, motivo lírico y hablante lírico, por otro lado se clasifican en odas, poesía, soneto, copla, romance, pastorela, elegía y villancico.

Ejemplos de género lírico

  1. Prometeo encadenado. (Esquilo)

«FUERZA. Vamos, ¿por qué te demoras y te apiadas en vano?
¿Por qué no aborreces al dios más odioso de los dioses, que ha,
entregado a los mortales tu privilegio?
HEFESTO. El parentesco es muy fuerte, y la amistad.
FUERZA. Lo concedo. Pero desobedecer las palabras de un
padre ¿cómo es posible? ¿No temes esto más?
HEFESTO. Tú siempre eres cruel y lleno de audacia.
FUERZA. Ningún remedio proporcionará el llorar por ése; no
te canses en un trabajo inútil.
HEFESTO. ¡Oh oficio muy odiado por mí!
FUERZA. ¿Por qué lo odias? De los males presentes,
ciertamente no tiene culpa alguna tu oficio.
HEFESTO. Sin embargo, ojalá hubiera tocado a otro.
FUERZA. Todo es enojoso, salvo mandar sobre los dioses;
porque nadie es libre excepto Zeus.
HEFESTO. Lo sé, y nada puedo responder a esto.
FUERZA. ¿No te apresuras, pues, en rodearle de cadenas, para
que el padre no te vea remiso?
HEFESTO. Pueden verse ya en sus manos las manillas.
FUERZA. Cíñéselas a los brazos y con toda tu fuerza golpea
con el martillo y clávalo en las rocas.
HEFESTO. El trabajo ya se termina y no en vano.
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FUERZA. Golpea más, aprieta, nada dejes flojo; pues es capaz
de encontrar alguna salida, incluso de lo impracticable.
HEFESTO. Este codo, al menos, está fijo y es difícil que le
suelte.
FUERZA. Ahora clávale en medio del pecho, bien fuerte, la
dura mandíbula de una cuña de acero.
HEFESTO. ¡Ay, ay, Prometeo, gimo por tus penas!
FUERZA. ¿Vacilas y lloras por los enemigos de Zeus? Vigila no
sea que un día te compadezcas a ti mismo.
HEFESTO. Ves un espectáculo horrible de ver.
FUERZA. Veo que ése tiene lo que merece. Más échale a los
costados las bridas.
HEFESTO. Es mi obligación hacerlo, no me lo mandes con
tanta insistencia.»

  1. Los Heraldos Negros. (César Vallejo)

» Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!»

  1. Cien sonetos de amor. (Pablo Neruda)

«Matilde, nombre de planta o piedra o vino,
de lo que nace de la tierra y dura,
palabra en cuyo crecimiento amanece,
en cuyo estío estalla la luz de los limones.

En ese nombre corren navíos de madera
rodeados por enjambres de fuego azul marino,
y esas letras son el agua de un río
que desemboca en mi corazón calcinado.

Oh nombre descubierto bajo una enredadera
como la puerta de un túnel desconocido
que comunica con la fragancia del mundo!

Oh invádeme con tu boca abrasadora,
indágame, si quieres, con tus ojos nocturnos,
pero en tu nombre déjame navegar y dormir.»

  1. Los siete contra Tebas

CORO.

ESTROFA 1.ª Hijo caro de Edipo, me horrorizo al escuchar de los sonoros carros el estrépito, estrépito; y el silbo de los ejes que hacen rodar los carros y el crujir del insomne gobernalle, el freno, hijo del fuego mascado por la boca de corceles.

ETEOCLES. ¿Pues qué? ¿Es que el marino, acaso, huyendo de la popa a la proa, la maniobra salvadora consigue, si la nave con las olas marinas se debate?

CORO.

ANTÍSTROFA 1.ª No, no; yo, solamente, rauda me he aproximado a las antiguas estatuas de los dioses, pues que confío en ellos, cuando sonó el estruendo, ante las puertas, de aquel horrible alud. Entonces, temerosa, yo he acudido a rogar a los dioses que den su protección a nuestra patria.

ETEOCLES. Rogad porque las torres nos protejan de la lanza enemiga. ¿O es que, acaso, no es este asunto de los dioses? Dicen que cuando una ciudad es conquistada los dioses salen de ella y la abandonan.

  1. Romance de la pena negra. (Federico García Lorca)

Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne,
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus senos,
gimen canciones redondas.
Soledad, ¿por quién preguntas
sin compaña y a estas horas?
Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
No me recuerdes el mar,
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!

  1. La Rama (Octavio Paz)

Canta en la punta del pino
un pájaro detenido,
trémulo, sobre su trino.

Se yergue, flecha, en la rama,
se desvanece entre alas
y en música se derrama.

El pájaro es una astilla
que canta y se quema viva
en una nota amarilla.

Alzo los ojos: no hay nada.
Silencio sobre la rama,
sobre la rama quebrada.

  1. Los Versos del capitán

AUSENCIA

Apenas te he dejado,
vas en mí, cristalina
o temblorosa,
o inquieta, herida por mí mismo
o colmada de amor, como cuando tus ojos
se cierran sobre el don de la vida
que sin cesar te entrego.

Amor mío,
nos hemos encontrado
sedientos y nos hemos
bebido toda el agua y la sangre,
nos encontramos
con hambre
y nos mordimos
como el fuego muerde,
dejándonos heridas.

Pero espérame,
guárdame tu dulzura.
Yo te daré también
una rosa.

  1. Baladilla de los pies descalzos (Antonio Esteban Agüero)

Morenos, menudos,

de mugre calzados,

que el arroyo quiere

y persigue el barro…

morenos, ligeros,

listos como pájaros;

desdeñan la ojota,

odian el zapato,

¡libres por la senda

van los pies descalzos!

Su dueña: una niña

su dueño: un muchacho

han ido siguiendo

misterios del campo,

un secreto ruido,

un bramido raro,

en la noche: tucos,

en la loma: pájaros,

y siempre perdiendo

o regando rastros,

por noches y días

van los pies descalzos.

  1. Sombra (José de Diego)

Sombra lejana de un frenesí,
antigua sombra que viene y va,
pensaba en ella, cuando la vi,
pálida y triste como ahora….

Cerca del lecho, fijos en mí
aquellos ojos marchitos ya,
era la misma que estaba aquí…
¿Cómo ha podido volver de allí?

Pálida y triste, como la Fe,
toda la noche rezó y lloró,
toda la noche la pasó en pie…

¡Y con el alba se disipó
la pobre almita, que yo adoré,
de la muchacha que me engañó!

  1. “A una nariz” (soneto) de Francisco de Quevedo

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado;

era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.

Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
las doce tribus de narices era;

érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.